07 noviembre 2007

Somos malos por naturaleza o no cuestionamos las ordenes


Stanley Milgram, de la universidad de Yale, realizó en julio de 1961 uno de los experimentos más inquietantes de la historia de la psicología. En él, se le pedía a un voluntario, que creía venir a una investigación sobre memoria, que atara a una persona a una silla electrificada y le pusiera un electrodo en la muñeca. Después, el voluntario pasaba a una habitación contigua donde había un generador eléctrico. Cada vez que la persona atada a la silla se equivocaba, el voluntario debía administrar una descarga. Los primeros fallos se sancionaban con shocks ligeros (15-60 V) que iban subiendo. El penúltimo paso, entre 375 y 420 V, aparecía el rótulo “Peligro” y en el último nivel aparecía un lacónico “XXX” (435-450 V). Los gritos de dolor y angustia aumentaban de intensidad con las descargas. El protocolo estipulaba que si el voluntario vacilaba en seguir el experimento al llegar a 315 V, el psicólogo debía advertirle seriamente 4 veces consecutivas de que no cuestionara el experimento y actuara según se le decía. El resultado final fue aterrador: de 40 participantes, ninguno se negó a descargar un shock de menos de 300 V, 5 abandonaron el experimento en este punto, 9 lo hicieron entre los 315 y 375 V ¡y 26 llegaron a castigar con 450 V!

Repetido el experimento en otros países, los resultados fueron idénticos: en Alemania, por ejemplo, el 85% accionó la palanca XXX. Dicho de otro modo: la mayoría de los voluntarios llegó a un nivel en el que lo más sensato era pensar que habían matado a la persona de la habitación contigua sólo porque alguien con bata blanca les había dicho que lo hiciera. Y todo a pesar de enfrentarse a serios conflictos internos. Así, en 20 minutos un hombre de negocios maduro, sereno y seguro de sí mismo se transformó “en una piltrafa temblorosa y balbuceante al borde de un ataque de nervios”. En un momento golpeó con el puño la palma de la otra mano y murmuró: “¡Oh, Dios mío, haz que esto acabe!”. Sin embargo, escuchó cada palabra del experimentador y siguió hasta el final.

Las conclusiones del experimento son difíciles de ignorar: la obediencia a la autoridad puede llevar a cualquier persona demasiado lejos. Pero hay un último consuelo: si alguien se rebela, podemos ser capaces de salir de la situación. En una última variación, se colocó a dos observadores al lado del experimentador. Si estos abandonaban indignados el laboratorio, la mayoría de los voluntarios reales los seguían y desobedecían al experimentador.

Articulo sacado de un blog de ciencia en la revista muy interesante

1 comentario:

Anónimo dijo...

yo creo q el malo se hace, no nace

 
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