
Stanley Milgram, de la universidad de Yale, realizó en julio de 1961 uno de los experimentos más inquietantes de la historia de la psicología. En él, se le pedía a un voluntario, que creía venir a una investigación sobre memoria, que atara a una persona a una silla electrificada y le pusiera un electrodo en la muñeca. Después, el voluntario pasaba a una habitación contigua donde había un generador eléctrico. Cada vez que la persona atada a la silla se equivocaba, el voluntario debía administrar una descarga. Los primeros fallos se sancionaban con shocks ligeros (15-60 V) que iban subiendo. El penúltimo paso, entre 375 y 420 V, aparecía el rótulo “Peligro” y en el último nivel aparecía un lacónico “XXX” (435-450 V). Los gritos de dolor y angustia aumentaban de intensidad con las descargas. El protocolo estipulaba que si el voluntario vacilaba en seguir el experimento al llegar a 315 V, el psicólogo debía advertirle seriamente 4 veces consecutivas de que no cuestionara el experimento y actuara según se le decía. El resultado final fue aterrador: de 40 participantes, ninguno se negó a descargar un shock de menos de 300 V, 5 abandonaron el experimento en este punto, 9 lo hicieron entre los 315 y 375 V ¡y 26 llegaron a castigar con 450 V!
Repetido el experimento en otros países, los resultados fueron idénticos: en Alemania, por ejemplo, el 85% accionó la palanca XXX. Dicho de otro modo: la mayoría de los voluntarios llegó a un nivel en el que lo más sensato era pensar que habían matado a la persona de la habitación contigua sólo porque alguien con bata blanca les había dicho que lo hiciera. Y todo a pesar de enfrentarse a serios conflictos internos. Así, en 20 minutos un hombre de negocios maduro, sereno y seguro de sí mismo se transformó “en una piltrafa temblorosa y balbuceante al borde de un ataque de nervios”. En un momento golpeó con el puño la palma de la otra mano y murmuró: “¡Oh, Dios mío, haz que esto acabe!”. Sin embargo, escuchó cada palabra del experimentador y siguió hasta el final.
Las conclusiones del experimento son difíciles de ignorar: la obediencia a la autoridad puede llevar a cualquier persona demasiado lejos. Pero hay un último consuelo: si alguien se rebela, podemos ser capaces de salir de la situación. En una última variación, se colocó a dos observadores al lado del experimentador. Si estos abandonaban indignados el laboratorio, la mayoría de los voluntarios reales los seguían y desobedecían al experimentador.
Articulo sacado de un blog de ciencia en la revista muy interesante
1 comentario:
yo creo q el malo se hace, no nace
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